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viernes, 7 de enero de 2011

LEYENDA. El Mastín Mágico.

Hace muchos, muchos años en una pequeña ciudad del norte de la Península, habitaba una familia, que se rumoreaba que estaba embrujada. Realmente, no se sabía muy bien por qué, pero el rumor se fue corriendo de unos a otros, año tras año. La gente del lugar temían  relacionarse con ellos por medio que les cayeran alguna maldición.
Esta familia eran los De Carpio, vivían en una gran casa de piedra en el centro de la ciudad. La familia estaba formada por un anciano padre, su hijo y un elegante y majestuoso mastín que vigilaba desde el exterior toda la propiedad. Nunca salían de la casa. Los vecinos les tenían miedo y si alguna ven lo hacían  eran apedreados y tenían que refugiarse rápidamente. Debido a esto,  ellos mismos cultivaban sus propios alimentos y tenían lo imprescindible para poder vivir sin tener que salir de la casa. Un día el anciano padre se puso muy enfermo. El hijo sin dudarlo se tiró a la calle a pedir ayuda pero los vecinos huyeron despavoridos sin escuchar lo que decía el joven. Desconsolado volvió a la casa sin ayuda. Entonces, el precioso mastín observando la  desesperada situación salió  a la calle y se dirigió a la casa del doctor que estaba situada dos calle más abajo. El Doctor Arintero tenía gran prestigio en toda la provincia. Además de buen profesional era buena persona. Estaba casado y tenía dos hijas. La más pequeña había nacido muda. El perro se situó en la puerta y comenzó aullar hasta que consiguió que saliera de la casa. ¿Este no es el perro de los  De Carpio? Se preguntó. Y repente el perro dijo: Si y mi amo está muy enfermo, su hijo ha salido a pedir ayuda pero no le han hecho caso. Le pido, por favor, que vaya a verlo y le recompensaré. El Doctor no daba crédito de lo que estaba viendo, ¿el perro me está hablando? tembloroso cogió su maletín  y fue corriendo hacia la casa, más por miedo a las represalias que por auxiliar a su vecino. El médico llegó a tiempo y pudo salvar la vida del anciano. El hijo no sabía como  agradecérselo a la vez que se extrañaba que aquel hombre hubiese ido en su ayuda. El mastín le dijo al Doctor Arintero que no dijera nada de todo lo que había sucedido y él se lo prometió. Un poco desorientado por todo lo que había sucedido se dirigió a su casa. Al entrar en ella, le estaba esperando su hija pequeña que abrazó a su padre y le dijo: Hola papá.

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