Me dijo una amiga mía, que el amigo de un primo suyo, le había contado algo muy curioso que le había sucedido a una chica que vive en un pueblo del noroeste donde él va a veranear. Su padre es el médico del pueblo y Luisa, que así se llama la chica, es la pequeña de tres hermanas. Ella desde que nació nunca había hablado. Sus padres la habían llevado a lo mejores especialistas. Ninguno de ellos encontraba razón alguna por la que la niña no articulaba palabra. Fisiológicamente no tenía problemas. Un día, un peregrino, que pasó por el pueblo, le regaló a la familia un perro mastín en agradecimiento a su hospedaje. No se encontraba muy bien de salud y el médico lo acogió en su casa durante su recuperación. Le pusieron de nombre Froilán. Pero el inmenso perro se pasaba los minutos, las horas y los días, ladrando y aullando. Los vecinos no paraban de quejarse. Por lo que después de muchas quejas decidieron, con mucha pena, llevarlo a la perrera. Cuando llegó ese día, en el que el mastín Froilan estaba subiendo en el coche de la perrera, Luisa gritó: ¡Noo, por favor! Todos sorprendidos y boquiabiertos por lo que había sucedido, decidieron quedarse con Froilán. A partir de ese día, el mastín no volvió a ladrar y la hija pequeña comenzó a hablar.
¡Qué bonito!
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